PROYECTO CULTURAL DE PROMOCIÓN DE LECTURA LITERARIA
“… un tango puede escribirse con
un dedo, pero con el alma, porque un tango es la intimidad que se esconde y es
el grito que se levanta airado, desnudo… Un tango está en el aire como el aire,
está en el vuelo curvo de los pájaros, en la esquina distante y en la pared
descascarada que muestra una llaga de ladrillos…”
Enrique Santo Discépolo (Texto
inédito)
Es
el fenómeno más asombroso que se haya dado en el baile popular. Desde su mismo origen no fue percibido como lo
que en realidad era: una genuina creación de la clase baja, producto del hibridaje
y de las oleadas inmigratorias llegadas al puerto de Buenos Aires entre finales
del siglo XIX y comienzos del XX. Su historia es una parábola singular que va de
las entrañas del pueblo a los libros y a las conversaciones de los
intelectuales; de humildes cafés suburbanos y academias de baile al mismísimo
Teatro Colón. Una vez que fue legitimado en París, la clase alta argentina lo
adoptó. Pero este controvertido baile ha sido sucesivamente reprobado,
ensalzado, satirizado y analizado.
Origen híbrido,
sentimiento triste que se baila, lágrima de bandoneón, noche y cabaret… el tango hace
metafísica sin saberlo y sus letras son un verdadero espejo en el que mirarnos
y, al mismo tiempo, un refugio donde en ocasiones hallamos consuelo y sabiduría
de vida.
¿Por
qué tiene tanta repercusión en la literatura? Tal vez porque hoy, a la distancia,
podemos intuir la universalidad y
eternidad de su esencia.
Por
eso, cada “dos
por cuatro”, UN PASO UN TANGO.
LA BICICLETA BLANCA
Polca-tango
escrito por Horacio Ferrer en 1970 con música de Ástor Piazzolla.
Dicen
que es una metáfora del martirio de Jesús en la tierra.
Lo viste. Seguro que vos también, alguna vez, lo viste: te
hablo de ese eterno ciclista solo, tan solo, que repecha las calles por la
noche.
Usa las bota mangas del pantalón bien metidas en las medias
y una boina calzada hasta las orejas, ¿te fijaste? Nadie sabe, no, de dónde
cuernos viene, jamás se le conoce a dónde diablos va.
De todos modos, si lo vieras pasar, miralo con mucho Amor:
puede que sea, otra vez...
El flaco que tenía la bicicleta blanca;
silbando una polkita cruzaba la ciudad.
Sus ruedas, daban pena: tan chicas y cuadradas
¡que el pobre se enredaba la barba en el pedal!
Llevaba, de manubrio, los cuernos de una cabra.
Atrás, en un carrito, cargaba un pez y un pan.
Jadeando a lo pichicho, trepaba las barrancas,
y él mismo se animaba, gritando al pedalear.
"¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!...
¡Meté, flaquito corazón!
Vos sabés que ganar
no está en llegar sino en seguir..."
Todos, mientras tanto, en las veredas,
revolcándonos de risa
¡lo aplaudimos a morir!
y él, con unos ojos de novela,
saludaba, agradecía,
y sabía repetir:
"¡Dale, Dios!... ¡Dale, Dios!...
¡Dale con todo, Dale, Dios!..."
Pero cierta noche, su horrible bicicleta con acoplado entró
a sembrar una enorme cola fosforescente. ¡Increíble!: los pungas devolvían las
billeteras en los colectivos; los poderosos terminaban con el hambre; los ovnis
nos revelaban el misterio de la Paz; el Intendente, en persona, rellenaba los
pozos de la calle, y hasta yo, pibe, yo que soy las penas, lloré de alegría
bailando bajo esa luz la polka del ciclista.
Después, no sé, ¡te juro!, por qué siniestra rabia,
no sé por qué lo hicimos ¡lo hicimos sin querer!,
al flaco, ¡pobre flaco!, de asalto y por la espalda,
su bicicleta blanca le entramos a romper.
Le dimos como en bolsa, si asco, duro, en grande:
la hicimos mil pedazos... Y, al fin, yo vi que él,
mordiéndose la barba, gritó: "¡Que yo los
salve!..."
Miró su bicicleta, sonrió, se fue de a pie.
(Mi viejo Flaco Nuestro que andabas en la Tierra: ¿Cómo te
olvidaste que no somos ángeles sino hombres y mujeres?)
Flaco,
no te quedes triste,
todo no fue inútil,
no pierdas la fe...
en un cometa con pedales
¡dale que te dale!
yo sé que has de volver...
UN PASO UN TANGO
también en Más Poesía Por Favor
Un mensaje sale a pedalear
La
Bicicleta Blanca, ese maravilloso poema de Horacio Ferrer con música de Astor
Piazzola repite: ... "vos sabés que
ganar/ no está en llegar sino en seguir..." El triunfo, el éxito, la
costumbre de ganar envilecen, embriagan, crean espejismos de perfección. La
derrota, en cambio nos pone en el justo lugar de quiénes somos y de dónde
estamos parados. El fracaso dimensiona la dicha, aporta reflexión, te hace
dudar, prueba, desafía, cuestiona, regala humildad, te engrandece.
El
triunfo te grita y la derrota te susurra. El éxito te sacude y te saca del
lugar donde estás. La pérdida te hace mirar para adentro.
Qué
difícil paradoja comprender que las victorias pueden empequeñecerte y que las
derrotas -por el contrario, engrandecerte.
La
sociedad se ensaña en transmitirnos que sólo importa ganar. En los deportes, en
la política y en las mesas de café el dogma es que hay que ganar a cualquier
precio. Estos días, la realidad volvió a pegarnos una cachetada y en la
Argentina de la soberbia y de la hipocresía ya deberíamos haber aprendido a
perder.
Autor:
Federico van Mameren, Diario "La Gaceta" (Tucumán), 28 de junio de
2011.
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